Pandemia y seguridad alimentaria: ¿cómo puede aportar la biotecnología?

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Hasta hace unos meses era inimaginable que algo tan pequeño que no logra ser visto con microscopio óptico y que, además, ni siquiera está vivo, pudiera paralizar todo el mundo por semanas enteras.

Desde la frecuencia de vuelos trasatlánticos hasta la cotidianidad de nuestros días ha cambiado dramáticamente desde que las cifras de vidas perdidas a causa del nuevo coronavirus empezaron a crecer alrededor del mundo.

Ahora este abrupto cambio en las actividades humanas amenaza algo indispensable para su supervivencia: la tan mentada seguridad alimentaria. Nunca antes nos había preocupado tanto no tener alimentos para consumir. Los portales de información están ahora llenos de noticias que dan parte sobre la seguridad alimentaria o que opinan sobre qué debemos hacer ahora para fortalecerla.

Aunque no todos tenemos claro realmente qué es ese concepto ni cómo nos impacta, lo cierto es que es una problemática que el mundo arrastra desde mucho antes del inicio de la pandemia y que debemos pensar en cómo solucionar durante esta década, pues este virus no la creó. Solo la hizo visible.

 

La pandemia amenaza la alimentación global

Con una presencia en más de 180 países y con más de dos millones de casos confirmados a la fecha de publicación de este artículo, el coronavirus no da tregua mientras esperamos ansiosos por una solución terapéutica o una vacuna. El virus continúa amenazando a un planeta globalizado en el que la interdependencia entre países es clave para la adquisición de bienes, servicios y, por supuesto, comida.

Esta nueva realidad ha revelado la fragilidad de nuestros sistemas a nivel internacional: desde la producción misma de alimentos hasta sus cadenas de suministro y almacenamiento, que hoy se sacuden a medida que cada vez más sectores se apagan por las largas cuarentenas o, peor aún, a medida que la enfermedad llega a sus responsables.

Otros, por miedo a quedarse sin sus propios suministros, empiezan a tomar medidas proteccionistas. Según un reporte reciente de Bloomberg, Kazajstán, por ejemplo, prohibió todas las exportaciones de harina de trigo, una de las materias primas más importantes. También impuso el mismo veto a la exportación de algunos vegetales.

Campesino en un cultivo de arroz en Asia.

Campesino en un cultivo de arroz en Asia.

Por su parte Vietnam, uno de los países líderes en producción de arroz, tomó la decisión de suspender de manera temporal los contratos de exportación del cereal. Posiblemente retomarán las exportaciones pero en un volumen del 40% menos que el periodo anterior.

Este tipo de barreras son solo uno de los tantos síntomas. En España, uno de los países más afectados por la COVID-19, ya se están viendo en problemas para recoger las cosechas de cultivos estacionales porque la restricción de movilidad impide el desplazamiento de trabajadores temporales. De no solucionar el problema, enfrentarían pérdidas millonarias y toneladas de alimentos se quedarían sin llegar a los consumidores.

El mismo escenario puede presentarse tan lejos como en Alemania, Francia y Reino Unido, o tan cerca como aquí, en Colombia, en donde ya nos preguntamos cómo llegarán los trabajadores temporales a los cultivos que solían emplearlos mientras, paralelamente, vemos a los más vulnerables padecer aún más por el acceso a alimentos en un país en el que el 47% de la población ocupada se dedica al empleo informal, según cifras del DANE para 2019.

Estos y más factores pueden sumarse para afectar la seguridad alimentaria de un país, algo que prende las alarmas de las autoridades a medida que ven dificultades en la tarea de abastecer de alimentos a toda la población.

 

¿Qué es la seguridad alimentaria?

Según la FAO, la seguridad alimentaria existe cuando todos tenemos acceso a alimentos seguros y nutritivos: todos podemos encontrarlos fácilmente, todos podemos obtenerlos sin importar nuestro contexto social, y todos podemos adquirirlos sin importar qué tanto dinero percibimos.

Para el caso colombiano, el tema se menciona desde el año 2007 en el documento Conpes 113 como el Plan Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional que, en resumen, se preocupa por la seguridad, disponibilidad, acceso, consumo, calidad y aprovechamiento de los alimentos.

Ciertamente, en un mundo de desigualdades profundas, la seguridad alimentaria casi parece el mito del unicornio blanco o la leyenda del tesoro al final del arcoiris.

Sin embargo, la agenda de la FAO se propone comprometer cada vez a más países en la importancia del desarrollo sostenible para la erradicación de la pobreza y el hambre, lo que ayudaría a que cada vez menos personas se encuentren en un círculo sin salida en el que el hambre se convierte en el pan de cada día y en el que cada vez más niños no logran llegar a la adolescencia por malnutrición.

La agenda iba «marchando bien» pero ahora, en medio de la pandemia de la COVID-19, ese presente de millones en el mundo amenaza con convertirse en la realidad de muchos otros que antes no tenían que hacer malabares para adquirir alimentos.

 

La seguridad alimentaria en Colombia

Colombia, al igual que muchos otros países, ha construido un modelo de especialización de la producción agrícola en el que exporta lo que cree que produce mejor e importa lo que deja de producir.

Casas en la Comuna 13 de Medellín, Colombia.

Casas en la Comuna 13 de Medellín, Colombia.

Nuestro país importa cerca del 30% de alimentos que consume, lo que representa una cifra cercana a las 13 millones de toneladas. Esos alimentos son productos agropecuarios que realmente no necesita importar porque se pueden producir aquí, como el maíz, que registró una cifra de 5.3 millones de toneladas importadas en 2019, según datos de Fenalce.

De acuerdo a Observatorio Rural de la Salle, se hace importante fortalecer el sector agropecuario colombiano para ser cada vez menos dependientes de las importaciones que, claramente, nos ponen en situación vulnerable ante un eventual cierre del comercio mundial. También resaltan la importancia de visibilizar y dignificar la agricultura familiar, campesina y comunitaria, y la urgencia de formar a los agricultores como empresarios, algo que amplía el panorama más allá de solo la comida en los hogares.

Bajo el concepto de la seguridad alimentaria, la importación de grandes cantidades de alimentos es una práctica conveniente, pues asegura que habrá comida para abastecer a la gente. Sin embargo, la actual pandemia hace evidente que debemos repensar el agro para fortalecer desde adentro el sector, y que debemos buscar un verdadero aprovechamiento de nuestros recursos biológicos.

Entonces, ¿cómo hacerlo?, ¿cómo mejorar la seguridad alimentaria del país? Las aristas desde las cuales podemos abordar esta problemática son múltiples. Algunas pueden ser, por ejemplo, la distribución equitativa de la tierra, la formación y reconocimiento de los campesinos como empresarios, el favorecimiento de la producción nacional sobre la importada y el fortalecimiento de nuestra diversidad agrícola.

Además, hay otra opción a revisar para buscar mejoras: la ciencia. En la biotecnología podemos encontrar un aliado más en la producción de cultivos más productivos, resilientes y resistentes que nos ayuden a hacer más eficiente la tarea de alimentar a las casi 50 millones de personas que reúne nuestro territorio.

 

La biotecnología como aliada en la alimentación

De acuerdo al World Resources Institute (WRI) tenemos el reto de alimentar a una población creciente en medio del cambio climático sin destruir el planeta en el proceso. Tal reto supone el no aumentar dramáticamente las emisiones, no promover la deforestación y no exacerbar la pobreza.

Una de las tantas opciones para darle solución a esta inminente problemática puede encontrarse en la biotecnología.

Históricamente, la biotecnología nos ha acompañado desde los tiempos en los que empezamos a domesticar cultivos y animales. Simultáneamente, de manera intuitiva también empezamos a seleccionar individuos con la intención de desarrollar alimentos mejorados. Desde entonces los procesos han avanzado al punto en el que ya podemos hacer mejoramiento de plantas de manera precisa, rápida y efectiva.

La innovación desde la biotecnología puede contribuir con semillas mejoradas que aseguren más producción en menos área y cultivos más resistentes al ataque de plagas o al estrés que puede suponer el cambio climático, como periodos de sequías o inundaciones.

La tecnología que encontramos actualmente en los campos de más de 20 países es la de plantas transgénicas, las cuales han sido modificadas para diferentes eventos: resistencia a insectos, tolerancia a herbicidas, biofortificación o apariencia, o más de un evento en la misma planta.

Según un estudios recientes, entre esos uno extenso de PG Economics publicado en la revista GM Crops and Food, los cultivos transgénicos le están permitiendo a los agricultores crecer más sin usar tierra adicional.

«Por ejemplo, si la biotecnología de los cultivos no hubiera estado disponible para los agricultores en 2015, mantener los niveles de producción global ese año habría requerido la plantación de 8.4 millones de hectáreas adicionales de soya, 7.4 millones de hectáreas de maíz, 3 millones de hectáreas de algodón y 0.7 millones de ha de canola. Esto equivale a necesitar un 11% adicional de la tierra cultivable en los Estados Unidos, o aproximadamente el 31 por ciento de la tierra cultivable en Brasil o el 13% del área de cultivo en China».

Desde la perspectiva ambiental, la tecnología de resistencia a insectos y herbicidas permite que los agricultores reduzcan el número de aplicaciones de significativamente y, a su vez, disminuye el uso de maquinaria para tales fines, lo que representa menos combustible. Ambos significan una reducción del impacto ambiental del 18.6%, según el mismo estudio.

Para los agricultores contar con semillas mejoradas se traduce en mayor rendimiento. Aunque la semilla mejorada es más costosa que la convencional, las ganancias por hectárea son superiores que las de un homólogo convencional pues gastan menos recursos en el mantenimiento del cultivo y baja el riesgo de perder sus cosechas.

En la actualidad, Colombia cuenta con 101.188 hectáreas de cultivos genéticamente modificados de maíz y algodón resistentes a insecticidas y/o a herbicidas, los cuales también ha traído múltiples beneficios tanto para el sector, como para los agricultores y el ambiente.

Leer: Colombia sigue apostándole a los cultivos transgénicos

Pero estos dos transgénicos son solo una parte de la larga lista de plantas mejoradas que ya existen. Además, faltan muchas otras que se encuentran en proceso de investigación y desarrollo y otros por empezar a desarrollar.

Los avances en la biotecnología ofrecen nuevas alternativas para el mejoramiento de plantas. Un ejemplo es CRISPR, la técnica de edición genética que permite hacer mejoramiento del genoma de una planta para que esta dé más fruto, soporte mejor el estrés o sea menos susceptible a ciertas plagas o metales nocivos del suelo, por ejemplo, dando como resultado una planta mejorada que no es transgénica pues no contiene ADN de otro organismo.

Sin embargo, como país tenemos el reto de entender la biotecnología moderna como un verdadero aliado que ofrece soluciones y para eso debemos perder el miedo a la innovación. Los cultivos con semillas mejoradas a través de procesos biotecnológicos han pasado por numerosos estudios a lo largo de tres décadas y, hasta la fecha, no se consideran peligrosos para su consumo ni para el ambiente.

Mujeres en ciencia que están revolucionando la agricultura

Sandra Valdés, científica y mejoradora de plantas de la Alianza Bioversity – CIAT.

«La resistencia a los alimentos genéticamente desarrollados en los países occidentales ha causado limitaciones a la biotecnología agrícola, y el conocimiento superficial sobre biotecnología ha aumentado las dudas en la mente del consumidor sobre los beneficios, la incertidumbre, los efectos nocivos para la salud y las repeticiones ecológicas», reza en un estudio publicado en Plant Biotechnology in Food Security sobre el papel de la biotecnología de plantas en la seguridad alimentaria.

Esa resistencia es la que ha mantenido al Arroz Dorado sin posibilidad de llegar al campo por 20 años. Este arroz es un alimento derivado de un cultivo transgénico que fue diseñado para producir gran cantidad de betacarotenos y así atacar la deficiencia de vitamina A que ocasiona ceguera en niños que padecen de malnutrición.

Desde su desarrollo en el 2000, este transgénico no ha logrado superar las trabas regulatorias que han impuesto los países por miedo a la tecnología, incluso a pesar de que la empresa dueña de la patente decidió regalarla para que pudiera ser cultivado abiertamente en países en vías de desarrollo.

Depende de nosotros el estar abiertos a los desarrollos e innovaciones que la ciencia —incluso local— puede otorgar para ser más eficientes en la producción de alimentos seguros, minimizando los riesgos y el impacto de la actividad agrícola. Depende de nuestras autoridades no dejarse llevar por el miedo y la desinformación para tomar decisiones asertivas que favorezcan la aplicación de la ciencia en las plantas.

A la fecha, los impactos de la pandemia no son realmente conocidos y no están del todo calculados, pero podríamos sentir sus efectos por un par de años. No sabemos tampoco cuántas pandemias más estén por venir, pero sí sabemos que esta coyuntura nos ha revelado que quizás este es el momento perfecto para cambiar la manera en la comprendemos nuestro campo, sus principales actores, y sus retos en el desarrollo sostenible para dar el viraje que realmente necesitamos en la tarea de alcanzar soberanía alimentaria en el país, viendo en la ciencia de las plantas uno de los brazos que pueden ayudar a construir un agro fortalecido.

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