Hablemos de transgénicos y su seguridad

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Aunque por miedo a lo desconocido el sector más escéptico opine lo contrario, la ciencia demuestra que no hay ningún peligro en la modificación genética en plantas o animales.

Muchas personas sienten y transmiten una indocumentada paranoia respecto a las cuestiones genéticas. Pero hemos de tener en cuenta que, cada vez que comemos, ingerimos genes de otras especies. Así que no deberíamos caer en el discurso absurdo sobre los peligros de recombinar nuestro genoma con los genes presentes en nuestro plato, comamos transgénicos o no. Si comes alitas de pollo, comes todos los genes del pollo incluidos aquellos que controlan el crecimiento y desarrollo de las alitas, sin embargo, no te conviertes en angelito; Si comes acelga comes genes de sus hojas, y no te salen por las orejas; y si comes rabo de toro tampoco te crece nada de nada. Tal vez has oído muchas veces el refrán “de lo que se come se cría”, pero la ciencia ha demostrado que este no tiene ni pies ni cabeza. No te preocupes por los genes de la comida: todas los tienen.

Un transgénico es aquel organismo que posee un gen, o más, diferente de aquel que originalmente se le podría atribuir, gracias al uso de técnicas propias de la ingeniería genética. Ese gen puede haber sido extraído de un ser vivo, modificado en el laboratorio y reintroducido en el mismo organismo, o extraerse de una especie e introducirse en otra. Los transgénicos se conocen técnicamente como OGM (Organismos Genéticamente Modificados).

Si ese organismo se come, es un alimento transgénico; pero más allá de lo comestible los OGM tienen una importantísima aplicación cotidiana en la elaboración de fármacos, fermentos, detergentes, cosméticos o el algodón con el que se hacen los billetes que ahora llevas en el bolsillo.

La historia de los transgénicos

Los primeros ensayos con transgénicos se realizaron en Europa a mediados de los 80, concretamente en la planta del tabaco, aunque en poco tiempo Estados Unidos tomaron la delantera. Para principios de 1993 la FDA dictaminó que los OGM eran seguros, y en 1994 se comercializó con cierto éxito el primer alimento transgénico, el tomate “FLVR SAVR”(hoy desaparecido): su superpoder era aguantar más tiempo sin estropearse.

Más allá de la historia de este tomate, las iniciales expectativas y su caída en desgracia comercial, debida en cierta medida a los miedos infundados, como se comprobó más tarde, cabe destacar al menos dos fases en el desarrollo de los alimentos transgénicos:

  • Transgénicos de primera generación

Fueron los primeros en aparecer. Se trata de vegetales comestibles modificados genéticamente con la finalidad de ser más productivos: normalmente, resistir el tratamiento con herbicidas o el ataque de ciertas plagas. El ejemplo más conocido del primer caso es el de la soja resistente al glifosato y en el segundo el maíz Bt. La consecuencia fueron cosechas mucho más productivas o con una menor inversión económica por hectárea cultivada, algo muy bien recibido por los agricultores (y los ganaderos, que obtienen maíz y soja a un mejor precio). En el caso de la soja, lo que confiere esa resistencia al herbicida es un alelo procedente de Petunia hybrida; en el del maíz se incorpora un gen de la bacteria Bacillus thuringiensis que codifica una proteína tóxica para algunos de los gusanos que se alimentan de las hojas del maíz, haciendo innecesario -o reduciendo drásticamente- el uso de insecticidas.

  • Transgénicos de segunda generación

Se centran en conseguir alimentos con propiedades organolépticas y nutricionales mejoradas. Aunque en la mayor parte de los casos se trata de vegetales, también hay animales y microorganismos implicados en la producción de alimentos y bebidas fermentadas. Así se consiguió el llamado arroz dorado, usando genes de narciso y de una bacteria, además de diversas técnicas de ingeniería genética, se ha conseguido un arroz nutricionalmente más completo que aporta cantidades significativas de vitamina A (un nutriente deficitario en el arroz original). Este producto, que aún no se ha comercializado, podrían tener una importante repercusión en zonas donde el arroz es la base de la alimentación y donde la xeroftalmia o ceguera seca, causada por un déficit de vitamina A- es un gran reto en términos de salud pública. También existen vacas transgénicas capaces de producir leche humanizada hipoalergénica, de especial interés para los neonatos sensibles a las proteínas de la leche de vaca. ¿Más ejemplos? Trigo transgénico sin gluten, apto para celiacos, levaduras que optimizan la elaboración de vino, pan o alimentos que aumentan el aporte de vitaminas y antioxidantes o mejoran el perfil lipídico de los aceites vegetales. Mejoras que tardarían décadas, cuando no siglos, en implementarse si siguiéramos anclados en las antiguas técnicas de la hibridación y selección artificial, a base a de ensayo-error-selección.

Más allá de las implicaciones directas sobre la salud, el tema de los transgénicos está marcado por otras dos importantes polémicas: la medioambiental y la económica. Respecto la última, uno de los argumentos que más ha dañado la imagen de los transgénicos fue decir, en sus orígenes, que serían la solución al hambre en el mundo. Es fácil contrastar que, después de dos décadas tras la introducción de sus cultivos, poco o nada ha cambiado en relación con este mal, que depende más de las soluciones y voluntad políticas que de las técnicas: el hambre en el mundo podría acabar mañana, con transgénicos o sin ellos. La otra problemática económica se refiere al monopolio y a las presiones que, según algunos, ejercen algunas de las multinacionales que trabajan con transgénicos.

Respecto a las cuestiones medioambientales y la pérdida de biodiversidad asociada al uso extensivo de transgénicos, cabe recordar que esa pérdida se produce de toda la vida, gracias a la práctica habitual, y esperable, de los agricultores de utilizar aquellos cultivos que mejor funcionan. Por el momento la aparición de los OGM no han planteado nuevos o mayores riesgos que aquellos derivados de la agricultura convencional, siempre que se sigan, o se mejoren, las normas que actualmente se aplican en la evaluación de sus variedades. Para asegurar la permanencia de las especies que desaparecerían, con transgénicos o sin ellos,  también existen los bancos de semillas.

La regulación de los alimentos transgénicos la lleva la Comisión Europea, que cuenta con la opinión científica de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) para emitir sus dictámenes.

Alimentos transgénicos en mercados y supermercados

Desde un punto de vista legal, todo está preparado, desde hace más de 15 años, para poner a la venta alimentos transgénicos. Pero en realidad es difícil encontrar alimentos o productos elaborados con transgénicos. Por ejemplo, en España, con el aceite de colza, los productores y distribuidores no tienen ninguna gana de jugársela poniéndolos abiertamente en el mercado, a causa del rechazo visceral, no racional, que estos conceptos pueden tener en el gran consumo.

En un ejercicio de simplificación extrema de la normativa, se recoge la obligación de mencionar la presencia de OGM en un producto cuando su presencia es igual o superior al 0,9% de la composición, y el etiquetado lo ha de expresar las siguientes “modificado genéticamente” o “producido a partir de [nombre del ingrediente] modificado genéticamente”.

Ahora manipulamos genes porque sabemos qué son los genes. Nuestros ancestros que no sabían muy bien las implicaciones últimas de su trabajo en materia genética (el término “gen” se describió en 1905) a día de hoy y sabiendo qué nos traemos entre manos, se pueden buscar este tipo de mejoras con una mejor mira telescópica y sin depender tanto del azar. El avance de los tiempos nos ha llevado a emplear la ‘ingeniería genética’ y manejar genes aislados mientras perseguimos cualidades casi a la carta en nuestros alimentos, entre otras cosas:

  • La modificación genética de los alimentos se viene realizando desde que se tiene constancia de la existencia de la agricultura, es decir, desde tiempos ancestrales: el uso de la ingeniería genética ha posibilitado realizar esas modificaciones de forma más dirigida e incluso controlada que las anteriores.
  • Los controles que han de seguir estos alimentos antes de su comercialización son exhaustivos, y además han de ser revisados cada 10 años, algo inaudito para cualquier otro alimento.
  • Las metas alcanzadas en el terreno de la salud pública y de la productividad por parte de estos alimentos transgénicos son contrastables, además de difícilmente accesibles usando técnicas convencionales.
  • Llevamos más de tres décadas conviviendo con los OGM: si hubiera algo objetivamente negativo en contra de ellos, más allá de pálpitos, malas vibraciones y temores indocumentados, creo que ya lo habríamos observado.

Manzanas lustrosas, las sandías sin pepitas y los tomates cherry no son transgénicos

Lo que comemos hoy en día se parece bien poco a lo que comían nuestros padres o nuestros abuelos: en pocas décadas ha cambiado tanto la cantidad de la oferta de alimentos no procesados como su calidad. Por ejemplo, medio siglo atrás una gallina ponedora producía cerca de 150 huevos por año, mientras una de nuestro tiempo duplica con holgura esta cifra. Por su parte, los pollos han cuadruplicado su peso en comparación con los de hace 50 años.

Hay mucho más: todo el pan actual procede de variedades de trigo que son una especie de quimera genética con hasta tres genomas completos y diferentes en cada una de sus células, cuando lo esperable sería que tuvieran solo uno; el brócoli y la coliflor son mutantes homeóticos de una misma especie (Brassica oleracea) lo que se traduce en más que notables diferencias en el aspecto exterior de cada una de estas hortalizas. Nuestras manzanas, con sus amplias variedades, su lustroso aspecto, sus magníficos colores y formidables tamaños solo podrían ser soñadas por nuestros ancestros, y quien dice manzanas puede decir tomates, sandías, fresas, maíz, etcétera.

Estos avances son percibidos por algunas personas como un peligro fruto del alejamiento de las tradiciones, de ‘lo de siempre’ y por tanto de lo ‘natural’: el término ‘transgenetización’ infunde el mayor de los miedos entre quienes temen aquello que desconocen. Para ellos parece que cualquier novedad en el terreno de los alimentos frescos es fruto de este tipo de intervenciones, ven alimentos transgénicos por todas partes y retroalimentan su falsa y negra leyenda, mostrando su desconocimiento sobre las técnicas más modernas y las tradicionales.

Las mejoras en los productos anteriormente citados nada tienen que ver con la transgenetización y no se trata de gallinas ponedoras, ni de pollos, ni trigo, ni coles, ni manzanas transgénicas. Su obtención responde a cierta manipulación genética nacida en los albores de la ganadería y la agricultura hará no menos de 14.000 años: desde el principio de la producción de alimentos, el ser humano ha seleccionado mutaciones escogiendo los especímenes más lustrosos, más resistentes o más sabrosos. También ha creado híbridos entre especímenes sexualmente compatibles, y ha practicado injertos tratando de obtener unas mejores cualidades en el producto resultante: todo ello sin saber, que sus resultados acababan en alimentos genéticamente diferentes que los originales.

Autoría exclusiva de elcomidista.elpais.com

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